A lo largo de tantos años he comprendido que el camino de mi vida es impredecible, he vivido preocupado por cosas que nunca sucedieron, viví pensando alcanzar metas, situaciones, objetivos, encuentros, que aún pasando el tiempo no se realizaron nunca... meses o años después, en un momento de paz, entendí que en realidad de la mayoría de lo que no se cumplió... estaban de acuerdo a los deseos de mi mente, que vive saltando constantemente, se parecían a lo que deseaba en el corazón, pero superficialmente. Pero las veces que logré mi paz interior acepté que aquellos deseos no estaban de acuerdo a mi alma. Entonces me pregunté tantas veces... ¿porqué es tan difícil tener en claro que es lo que desea mi alma y así no malgastar ni mi tiempo ni mi energía?
El misterio de mi camino ha sido siempre algo relativamente indefinido, imposible de atrapar...porque los momentos difíciles no dejan de ser buscados, pues luego de pasado el tiempo comprendí que los errores que me llevaron a aquellos tropezones era porque me negaba a aceptar aquellos errores, y de allí el resultado terminó siendo esperable.
Pero, ¿que debí hacer para tener en claro hacia donde caminar si no lograba entender? entenderme a mí mismo ¿cómo no sentirme perdido?...
Recuerdo haber orado por semanas a Dios pidiendo una guía para tener en claro el camino... Y al no llegar la ayuda... ¿qué hacer? Al menos a ese problema si encontré la respuesta, ¿acaso sabía yo mismo que es lo que deseaba?, ¿me quedaba bien claro adonde quería llegar y porqué?
Entonces con el paso del tiempo fui aprendiendo a vigilar mis estados de ánimo, y una forma útil que encontré es esta: si estoy viviendo una etapa en mi vida en que me siento desconforme aunque mirando mi entorno todo parece estar bien... si sólo pienso en encontrar un sendero más fácil... O dicho de otra manera, si no logro agradecer por todo lo que tengo y he logrado... entonces ¿dónde está el problema?... en la falta de armonía interior. El famoso triangulo: mente, sentimientos y alma, están en conflicto.
Sé muy bien, que siempre me ha sido difícil comprender bien cuál es el sendero que mi alma desea que siga, bueno, entonces…, la forma de solucionar ese inconveniente es estar atento a ese estado de disconformidad inexplicable...
Si el horizonte hacia el que me dirijo no me hace sentir bien, es el momento de parar, y esforzarme en encontrar sea como sea, mi paz interior para comprender porque me siento molesto. Dado que me es más fácil entender que está mal y entonces corregir el rumbo para zafar de ese malestar. Y si el camino para zafar de ese malestar lleva a un rumbo que claramente se aparta de aquella meta que quería alcanzar, entonces es tiempo de buscar no un momento, sino plantearme unos cuantos días de reflexión pues la meta estaba equivocada.
Es decir debo tener la paciencia para descubrir hacia dónde quiero ir en cada momento.
Dicen que: “si se sabe adónde ir, llegaremos tarde o temprano.” pero el punto no es ese, pues ¿acaso tiene sentido esforzarme por llegar a una playa si no quiero poner mis pies en el agua?, ¿Acaso tiene sentido agotarme subiendo una montaña si luego me voy a sentir molesto con el viento?
He visto tantas personas que saben cuál es su camino, pero de tanto renunciar al esfuerzo por seguirlo, parece que hasta lo han olvidado, o que se han autoconvencido que son inválidos en el plano espiritual. Me recuerda a muchas pesadillas que he tenido en las cuales deseaba caminar y mis piernas pesaban toneladas.
Me pregunto… ¿porqué perdemos la esperanza de llegar?, ¿por qué tantos miedos?, ¿Por qué tantas ataduras?, si el presente no se siente bien, ¿por qué aferrarse a él?, ¿miedo a perder qué?, ¿lo que no aceptamos … y vivimos deseando otra cosa?
Los autoconvencimientos y las falsas conformidades son una muy pesada carga a llevar sobre la espalda durante el resto de la vida… No sirve mentirse a uno mismo, decirse “no sé nada, más bien no quiero saber nada… pues así es más fácil”. Si hay algo que es bien absurdo es jugar al solitario y hacerse trampa.
Si no estoy conforme con mi vida de hoy, de ayer y de lo que me queda claro que llegará mañana, si sé a dónde quiero ir, es una poderosa tortura atarme yo mismo mis pies y muy inútil implorarle a Dios que me desate.
Ahora si la razón del desaliento es porque, quiero mis resultados mañana mismo, ahí las cosas andan mal en la cabecita… una vez escribí, “todo lo que es fácil de alcanzar, al final no vale la pena, o más bien vale la pena no alcanzarlo”
Siempre trato de recordar frases, parábolas y cuentos famosos. En este caso, puedo comparar el caminar espiritual o el de la vida con aquel viejo cuento de la carrera de la liebre y la tortuga... No por mucho correr se llega primero, tampoco importa la velocidad si no conocemos el rumbo.
Así que cuando nada me queda claro, me esfuerzo en controlar mi ansiedad en no desesperarme por no avanzar, pues puede que moviéndome sin rumbo, termine volviendo al mismo lugar en que estoy ahora mismo parado.
Cuando busco sin buscar… sólo por encontrar, dependo de lo que encuentre y por lo tanto sólo del azar, que casi nunca será favorable a un crecimiento espiritual sino más bien a una nueva experiencia de aprendizaje, llegaré a algún sitio y puede que tenga que volver atrás.
Mis primeros pasos a aprender en mi sendero espiritual, fueron un camino hacia mi autoconocimiento básico, para poder dar sentido a mi búsqueda. Aprender a perfeccionar mis rutas que me llevan a encuentros con otros caminantes e intentar comprender en cada momento todo el entorno de las situaciones, las personas presentes, intentar ver a dónde van ellas, y qué tiene que ver con mi propio camino. Nunca es tarde para volver a encontrarse con uno mismo.
Casi toda mi vida gusté realizar largas caminatas, y ya hace bastante que las utilizo como una excusa para pasear mi mente, mientras ella está distraída con el paisaje, puede conversar mi corazón con mi alma y siempre sobre el final algo más claro ha quedado en mi interior, mis sentimientos quedan más expuestos y por ello veo una luz en el camino a seguir...
Es tan importante saber adónde queremos ir que vale la pena todos los esfuerzos por aclararlo, por alcanzar esa armonía interior que nos dice claramente, si eso quiero... mi corazón lo siente y la mente lo acepta contenta... Cuando la meta es evidente llega un estado de entusiasmo inconfundible, surge nuestra energía interior que nos impulsa a avanzar.
Cuando somos capaces de focalizar la energía interior hacia un objeto o un horizonte, la energía se revaloriza, se reconstruye y nos da más ánimos para seguir. Si más adelante esa energía se desvanece, si parece que no hubieron razones para tanto ánimo habrá que estar atento a qué es lo que se está oponiendo en nosotros para quitar importancia a lo visualizado. ¿Es esta oposición válida?
Un abrazo a mis seguidores, Paul Barbé